Mantener una rutina de ejercicio es fundamental para la salud, pero cuando el cuerpo se enfrenta a una infección o resfriado, surge la duda de si es seguro seguir entrenando. La respuesta no es simple y depende de varios factores, como la intensidad de los síntomas y el tipo de actividad física que se practique. A continuación, se presenta una guía completa que te ayudará a tomar decisiones informadas y a ajustar tu entrenamiento en función de cómo te sientas.
Reconoce tus síntomas: La regla del cuello
Un principio comúnmente aceptado por expertos es la llamada “regla del cuello”. Si tus síntomas se localizan por encima del cuello —como congestión nasal, estornudos, o dolor de garganta leve—, realizar ejercicio moderado, como caminar o trotar a baja intensidad, puede incluso ayudar a aliviar algunas molestias, como la congestión. Sin embargo, si experimentas síntomas por debajo del cuello, tales como congestión en el pecho, tos intensa, dolor muscular generalizado o malestar estomacal, es preferible descansar. La presencia de fiebre es una señal de alerta clara: entrenar con fiebre puede agravar la condición y poner en riesgo tu salud.
Escucha a tu cuerpo y ajusta la intensidad
El cuerpo nos envía señales cuando necesita reposo. Si te sientes fatigado, deshidratado o más débil de lo habitual, es mejor reducir la intensidad y duración del ejercicio. En lugar de seguir con tu rutina habitual, opta por actividades de bajo impacto y presta especial atención a cómo responde tu organismo. Comienza con una caminata ligera o ejercicios suaves de estiramiento y, a medida que te sientas mejor, incrementa gradualmente la intensidad.
Riesgos de ejercitarse durante una enfermedad
Entrenar cuando se está enfermo no es inofensivo. Además del riesgo de prolongar la recuperación, realizar actividad física intensa durante una infección puede aumentar la probabilidad de complicaciones, como la inflamación del músculo cardíaco (miocarditis) o lesiones por sobrecarga. El ejercicio, en estas circunstancias, implica un gasto adicional de energía, agua y electrolitos, recursos que el cuerpo necesita para combatir la infección. Por ello, forzar una rutina intensa puede hacerte sentir peor, retrasar la recuperación y aumentar la susceptibilidad a otras complicaciones.
Reanudar el entrenamiento tras una enfermedad
Una vez que los síntomas comiencen a disminuir y te sientas aproximadamente al 90% de tu capacidad habitual, es momento de reintroducir el ejercicio de forma progresiva. Algunos consejos para hacerlo de manera segura son:
- Comienza de manera gradual: Reduce la duración y la intensidad de tu rutina habitual.
- Presta atención a las señales de tu cuerpo: Si durante el ejercicio vuelves a sentir fatiga excesiva, dolor o dificultad para respirar, detente y evalúa tu situación.
- Realiza un calentamiento adecuado: Esto prepara tus músculos y sistema cardiovascular para el esfuerzo, reduciendo el riesgo de lesiones.
- Hidrátate y descansa: La rehidratación y el descanso son esenciales para ayudar a tu cuerpo a recuperarse por completo.
- Mentalidad y Motivación: Aunque puede ser frustrante tener que disminuir la intensidad o tomarte un descanso, recuerda que darle tiempo a tu cuerpo para recuperarse adecuadamente te ayudará a retomar tu rutina con más fuerza y prevenir complicaciones a largo plazo.
Conclusión
Entrenar cuando estás enfermo requiere prudencia y un enfoque personalizado. Si tus síntomas son leves y se presentan por encima del cuello, un ejercicio moderado puede ser seguro e incluso beneficioso. En cambio, si tienes síntomas más severos o fiebre, lo más sensato es descansar y permitir que tu cuerpo se recupere. Recuerda siempre escuchar a tu organismo, ajustar la intensidad de tu entrenamiento y consultar a un profesional en caso de duda. Cuidar de tu salud es la mejor forma de garantizar que, cuando estés listo para volver a entrenar al máximo, lo hagas de manera segura y efectiva.